Una nueva herramienta para medir la corrupción

La deseabilidad social es la necesidad psicológica que los seres humanos tenemos de ser aceptados por quienes nos rodean. Esta necesidad es tan grande que la recompensa social de mentir (y ser aceptados) suele parecernos mucho mayor que la recompensa ética de decir la verdad (y ser rechazados). Al fin y al cabo, somos seres sociales: vivimos en comunidad, nos organizamos en grupos, nos relacionamos física y emocionalmente con las personas que nos rodean y necesitamos de los demás para sobrevivir a diario.
En el campo de las ciencias sociales, la deseabilidad social se manifiesta a través de un sesgo que dificulta la estimación precisa de la distribución de opiniones sobre temas “difíciles”; es decir, los temas que nos hacen pensar que expresar una opinión diferente a la “socialmente aceptada” tiene una alta probabilidad de provocar rechazo social[1]. Es por ello que, en estudios sobre adicciones, hábitos sexuales, creencias religiosas, interrupción del embarazo y consumo de drogas, entre otros temas “difíciles”, los entrevistados suelen ocultar sus opiniones verdaderas, arrojando errores estándar muy grandes y tasas de rechazo más altas que las registradas en preguntas sobre temas “fáciles”.
Desde la polémica elección presidencial de 1988 —pero sobre todo a raíz de las denuncias relacionadas con la presunta compra de votos en la elección presidencial de 2012—, el clientelismo electoral es señalado como una de las principales manifestaciones de la corrupción electoral en México. De hecho, la toxicidad del clientelismo en la opinión pública es tan grande que ya es un tema susceptible al sesgo de deseabilidad social, dificultando nuestra capacidad de medirlo con precisión pese a ser un fenómeno ampliamente discutido en privado y documentado de manera anecdótica. La realidad es que pocos mexicanos están dispuestos a reconocer públicamente que “vendieron” su voto a cambio de dinero, una despensa o materiales de construcción, lo cual es entendible.
No obstante, para empezar a resolver este problema, en 2013 se realizó una encuesta que utilizó una técnica conocida como experimento de lista, con el objetivo de capturar la opinión verdadera de los entrevistados sin necesidad de cuestionarles directamente sobre asuntos “difíciles”, reduciendo así el temor al rechazo social y por ende el sesgo de deseabilidad.[2] El estudio se realizó en un distrito local urbano del estado de Tlaxcala, a pocos días de una jornada electoral en la que se eligieron ediles, diputados locales y presidentes de comunidad.[3] Aunque los tres párrafos siguientes son un poco técnicos, resultan esenciales para entender el poder de este instrumento.
El experimento se incluyó en el cuestionario y la muestra se dividió aleatoriamente en dos grupos. Al primer grupo (“control”) se le presentó una lista de tres actividades y se le preguntó cuántas —no cuáles— “habían realizado en las últimas semanas”. Al segundo grupo (“tratamiento”) se le presentó la misma lista de tres actividades más una cuarta relacionada con corrupción electoral. También se le preguntó cuántas —no cuáles— “habían realizado en las últimas semanas”. Al plantear las preguntas de esa manera, los entrevistados tuvieron la certeza de que el entrevistador no podría saber si vendieron su voto.
El análisis requirió de tres pasos: 1) Estimar la media de las actividades reportadas en cada grupo; 2) estimar la diferencia de medias de las actividades reportadas en cada grupo; y 3) realizar una prueba de hipótesis para confirmar que la diferencia de medias era estadísticamente significativa. Cuando la diferencia es estadísticamente significativa, se tiene una certeza muy alta (superior al 99%) de que la cifra no es producto del azar. De las 801 personas entrevistadas, 401 recibieron la pregunta “control” y 400 la pregunta “tratamiento”.
Tras descartar a las personas que optaron por no contestar las preguntas, las medias de las actividades reportadas por los grupos control y tratamiento fueron 1.52 y 1.75, respectivamente, arrojando una diferencia de medias de 0.23 (valor p = 0.00 y error estándar = 0.06). Es decir, de acuerdo con el experimento, al 23% de la población se le ofreció “un regalo, favor o acceso a un servicio a cambio de su voto”.
Eso no es todo. Para estimar la proporción de entrevistados que ocultaron su respuesta verdadera por motivos de deseabilidad social, a todos se les preguntó posteriormente de manera directa si en las últimas semanas alguien les “había ofrecido un regalo, favor o acceso a un servicio a cambio de su voto”. Sólo el 4% respondió que sí, lo cual no sólo quiere decir que el 83% de las personas que recibieron ofertas de corrupción electoral ocultaron su respuesta verdadera, sino también que en esa población se registró un sesgo de deseabilidad social de 19%.
Este análisis arroja dos hallazgos y una lección. El primer hallazgo es que en 2013 casi una cuarta parte de la población de un distrito urbano en Tlaxcala estuvo expuesta a ofertas de corrupción electoral. El segundo es que el 83% de las personas expuestas a esas ofertas prefirieron mentir al ser interrogadas directamente al respecto, arrojando un sesgo de deseabilidad social de hasta 19%.
La lección es que a través de preguntas discretas y técnicas experimentales sencillas es posible medir con mucha mayor precisión temas “difíciles” para la población, susceptibles al sesgo de deseabilidad social, lo cual obliga la pregunta: ¿Y si en vez de medir la “percepción” de diferentes tipos de corrupción con preguntas directas susceptibles a infinidad de sesgos y errores sistemáticos midiéramos la “incidencia reportada” con medidas discretas más precisas, veraces y robustas?
Los instrumentos que utilizamos para medir la corrupción tienen un impacto directo y sumamente relevante en la manera en que entendemos el fenómeno, más aún en las estrategias que diseñamos para combatirlo. Recordemos que lo que no se puede medir no se puede mejorar. Si en verdad queremos reducir la corrupción en México, un primer paso firme sería diseñar mejores instrumentos para medir el fenómeno con mayor precisión; por ejemplo, tomando en cuenta problemas como el sesgo de la deseabilidad social. En Opciona ya estamos trabajando en ello y pronto les estaremos compartiendo los primeros resultados.
@gustavoriveral
Ilustración por @danielcubierto
[1] Una versión de este artículo fue publicada en Rivera Loret de Mola, Gustavo y Marbán, Pável León. (2014). “Clientelismo electoral y el sesgo de deseabilidad social en México”, Blog DDT, AMAI.
[2] Dos fuentes útiles para entender la técnica del experimento de lista son Collegaro, Mario. (2008). “Social Desirability”, Encyclopedia for Research Methods, Sage Publications; y Spector, Paul. (2004). “Social Desirability Bias”, Encyclopedia for Research Methods, Sage Publications.
[3] La encuesta la realizó Mercaei y también sirvió para un análisis amplio del fenómeno del clientelismo electoral en México: Lauro Mercado. (2014). “Clientelismo electoral. Limitantes del voto libre y secreto en México.” En Ugalde Ramírez y Rivera Loret de Mola (eds.) Fortalezas y debilidades del sistema electoral mexicano: Perspectiva estatal e internacional. (237-278). México, D.F.: TEPJF.
El texto original fue publicado el 4 de agosto de 2016 en Animal Político.
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