Corrupcionario Mexicano

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Querido lector,

Imagínese usted el siguiente escenario. Está al volante de su coche, son las 9:33 de la mañana, ya va tarde a su trabajo  y el tráfico está terrible –de esas situaciones que casi nunca pasan en la Ciudad de México. Solo piensa en llegar a su destino, por lo que acelera en los pequeños tramos libres que tiene, y a veces se vuela los semáforos. Pero un desafortunado evento interrumpe su ya de por sí lento traslado. Un policía que prendió las luces de su patrulla y le exige que se orille hacia la banqueta; usted no se había dado cuenta: en el último semáforo que se voló había una patrulla acechando justo del otro lado de la esquina y que lo cachó en flagrancia. 

¿Qué hacer? Sin duda, usted se encuentra en una disyuntiva: o acepta la multa y deja que se lleven su coche al corralón o recurre a una solución más rápida y eficiente, que le permita llegar lo menos tarde posible a su trabajo. Llega el policía, le pide amablemente su licencia de manejo, que usted da sin reparo. El oficial exclama un sarcástico “Uuuuy joven”, en señal de que va a empezar a listar un largo inventario de actos arbitrarios que usted hizo en el pasado movimiento en el que se pasó el alto.

Terminada la lista, viene la amenaza de llevarse su carro al corralón, plata o plomo. El oficial le hace ojitos pispiretos, en señal de que ninguna de las dos partes realmente quiere que se lleven su coche. Usted toma la señal como un acuerdo (a buen entendedor pocas palabras) y termina pagando una mordida que, aunque en términos relativos es suficiente para irse a comer a un restaurante de moda en la Condesa, resulta mínima si la comparamos con la multa legal correspondiente.

¿Le suena conocida esta situación? El Corrupcionario Mexicano tiene una definición para lo anterior:

 “Aceitar la mano: Frase de uso común entre autoridades para ‘ayudar’ a evadir responsabilidades a los ciudadanos. ‘Ps siempre hay maneras de ayudarnos, joven. Usted acéiteme la mano y yo hago como que no veo.’”

 

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Los actos de corrupción pequeña se han normalizado tanto que ya los contamos como parte de nuestras actividades cotidianas y, en muchas ocasiones, como la manera normal de interactuar entre nosotros y con el gobierno. Pagar mordidas para pasar un trámite en el Registro Público, o para evitar que en su colonia se queden sin luz por ausencia de transformador, o por llevar el coche al verificentro; todas son acciones donde se sabe que el trato con la autoridad está sujeto a las reglas torcidas o a nuestro deseo por facilitarnos la vida. Por lo tanto, cualquier debate público en torno a la corrupción que no reconozca esta realidad, está necesariamente incompleto.

Denunciar los actos de corrupción del gobierno no implica que debamos hacernos de la vista gorda ante los que enfrentamos en nuestras vidas diarias. Sin duda, los primeros son más graves que los segundos y una parte fundamental del problema, pero los segundos son la humedad que silenciosamente derrumba los cimientos de la casa; el pan de cada día que termina normalizando algo que no podemos seguir pasando por alto.

Es por eso que surge el Corrupcionario Mexicano, como una herramienta ciudadana que debe de servir para empezar a tener una conversación pública más sensata. Los problemas de corrupción que escuchamos todos los días en la televisión, en la radio y en las redes sociales, se han enfocado en los grandes escándalos de corrupción política, que son importantes, pero también minimizan que existe una realidad que llega a todos los mexicanos y que ha torcido las nociones mismas que tenemos todos acerca de lo público y lo político. 

Por ello, este libro debe servir como un primer paso para empezar a discutir el meollo del asunto. No se trata de un regaño o de un discurso moralista, sino de una invitación al diálogo, que cuando se habla de temas incomodos es más sencillo tocarlos a través de la risa. Esa risa puede transformarse después en acidez, que ojalá termine en reflexión sobre las condiciones que vivimos. Así que, querido lector, aquí le dejo un par de términos que pudieran parecerle a usted interesantes.

Astucia: Conjunto de medios de los que los mexicanos nos valemos para no seguir las reglas. Somos astutos cuando les damos la vuelta a aquellos que no nos favorecen o nomás nos incomodan: pagar impuestos, luz, agua, multas y un larguísimo etcétera.

‘Ayúdame a ayudarte’: Insinuación de quien quiere saltarse las reglas porque los trámites son engorrosos y tardados.

Abogángster: Apodo del renombrado jurista Bernabé Jurado. Mundialmente conocido por su corrupción y rapacidad. Pero sobre todo por su capacidad de cobijarse y escalar entre los ‘pechos privilegiados’ de la política y la sociedad mexicanas a lo largo del siglo XX. Hoy suele usarse para referirse de manera cariñosa a cualquier ‘licenciado’ o estudiante de esa elegante profesión que te ofrece sus servicios frente al ministerio público para sacarte una suculenta tajada. Entre éstos hay quienes se creen más padrotones y prometen diseñar una ‘estrategia fiscal’ que te permita evadir impuestos y hasta hacer bisnes con el gobierno. Así que ya sabes. Si te topas con uno, ¡agarra tu cartera! 

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Mirrey: Sustantivo masculino utilizado para designar a los imitadores de Mauricio Garcés, Luis Miguel, Roberto Palazuelos y Javi Noble. Ellos no culpan a la noche, no culpan a la playa: de hecho, no culpan a nadie, porque hacen lo que se les da la gana. Ni modo, así nacieron: divinos.

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El Corrupcionario Mexicano cuenta con un prólogo de Diego Luna y con las ilustraciones de caricaturistas de primer nivel: Mario Flores, Ros, Alecus, Chubasco, Ricardo Cucamonga, Gonzalo Rocha, Pico Covarrubias, Rictus, Antonio Garci, Patricio Monero, Rapé, Jorge Penné, Camacho, Cintia Bolio, Helio Flores y Víctor Solis. El precio de mercado del libro es de $ 199 pesos y se puede encontrar en librerías como Ghandi, El Sótano y tiendas como Sanborns y Amazon. Así mismo, lo invitamos a participar en la página de internet  HYPERLINK "http://corrupcionario.mx/" http://corrupcionario.mx/, para que colabore con definiciones propias sobre los actos de corrupción cotidiana, y no tan cotidiana, que vivimos en este enorme país.

Así que ya sabe, querido lector, la próxima vez mejor no se vuele los altos. Y si eso le parece que es pedir demasiado, al menos cuando escuche el “Uuuuy joven”, aprenda a echarse una carcajada ante la situación. Ojalá la catarsis le haga pensar en alternativas –y mundos– más deseables y posibles, y decida entrar de lleno a una conversación pública más sensata sobre la corrupción, recordando que parte importante del cambio está en la denuncia, pero que si queremos transformar este país también #EmpiezaPorTi.

@danielcubierto

Artículo publicado en Animal Político, el 29 de septiembre de 2016.


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