El plagio, ese gran espejo

Un ciclista, usando el carril asignado, entorpece el paso de un automóvil que intenta transitar por donde no debe. Aquello acaba en un enfrentamiento verbal y la intervención de un policía que manotea con el conductor del Audi y termina derrotado por la prepotencia. “Esto es México, güey, ubícate”, le grita el que después se convertiría en #LordAudi. Se trata de una historia común y cotidiana. Quizá lo más común sean justo esas últimas palabras del agresor que suenan como aforismo y profecía autocumplida. Esto es México, aquí pasa todo pero nunca pasa nada.
Quizá este alto umbral de tolerancia hacia la corrupción, la ilegalidad y la deshonestidad es la razón por la que muchos periodistas, historiadores e intelectuales han minimizado el más reciente reportaje de Aristegui Noticias. Este grupo de reporteros revisó la tesis de licenciatura de Enrique Peña Nieto, comparó y contrastó con otros libros, descubriendo así que 29% del documento es un plagio de al menos 10 autores. Es cierto, no se trata de un acto de corrupción porque no sabemos si hubo un pago o algún tipo de intercambio entre Peña y su universidad para dejar pasar una tesis tan endeble, pero es un acto de deshonestidad intelectual de un personaje público, nada más y nada menos que el más alto funcionario de este país.
El primero en minimizar la revelación fue el vocero de la Presidencia, Eduardo Sánchez, diciendo en su respuesta oficial a la publicación que “errores de estilo como citas sin entrecomillar o falta de referencia a autores que incluyó en la bibliografía son, dos décadas y media después, materia de interés periodístico”. Le siguió el secretario de Educación, Aurelio Nuño, que en entrevista con Carlos Loret de Mola dijo “no es un tema...hay cosas mucho más importantes”.
El plagio más destacado es al ex presidente Miguel de la Madrid, de quien tomó 20 párrafos completos y no lo menciona siquiera en la bibliografía. Eso no es un error de estilo, eso es apropiarse del trabajo intelectual de alguien más. Casos similares han costado altos cargos y hasta la presidencia en otros países pero, esto es México güey, ubícate, aquí el secretario de Educación Pública dice que no es un tema importante, como si la vigilancia de los estándares académicos no fueran parte de su trabajo.
Aún hay cabos sueltos en la investigación, como el papel que jugó su asesor de tesis, el hoy magistrado Eduardo Alfonso Guerrero Martínez que, en uno de los capítulos más absurdos de esta trama, dijo que el documento original que revisó en 1991 tenía todas las citas con su fuente, y que el supuesto plagio en realidad son errores al momento de transcribir mecánicamente. Tendríamos primero que aplaudir la memoria del magistrado, que además presume haber asesorado a 193 tesistas y haber sido sinodal en 367 exámenes profesionales. Con esta monumental carga de trabajo a la que hay que sumarle sus funciones en el Poder Judicial, Guerrero Martínez dice con seguridad que un mecanógrafo olvidó poner las comillas, las notas al pie e incluso el título del libro de De la Madrid que no aparece en ningún sitio. Vaya descuido, aunque nada dijo de ese otro descuido que fue permitir en una tesis “citas” de más de nueve páginas continuas.
El plagio en la academia mexicana es casi una costumbre aceptada, y la revista Nexos es quizá la única publicación que se ha pronunciado con dureza al respecto. Uno de los casos más emblemáticos fue el polémico premio (que incluía 150 mil dólares) al escritor Bryce Echenique otorgado por la FIL en honor a su trayectoria. Algunos intelectuales se pronunciaron en contra, pero el jurado determinó que el premio era a su obra completa, no exclusivamente a esas piezas producto del hurto intelectual. “El plagio es el equivalente literario del dopaje deportivo o la negligencia médica. ¿Merece el Balón de Oro un futbolista que ganó el Mundial pero en otros 16 partidos dio positivo por dopaje? ¿Merece ser Médico del Año alguien que inventó una vacuna pero perjudicó a 16 pacientes? Por supuesto que no”, escribió Juan Villoro en el diario Reforma el 19 de octubre de 2012. Sus palabras fueron tan contundentes como el viejo árbol que cae en medio de un bosque desierto, y de nada sirvieron.
La propia Universidad Panamericana, el alma máter de Peña, dijo que todas sus tesis pasan por un proceso antes de ser aprobadas, pero el área de Derecho investigaría el tema. No explicaron cómo, si hay un comité especializado en estos casos o si cuentan con el documento original. Esperábamos un pronunciamiento más fuerte ante la sospecha de que sus títulos están viciados de origen, una explicación de por qué un alumno puede usar ideas ajenas en más del 29% de sus tesis, o de cómo sus instrumentos y controles institucionales no permitían ni permiten el plagio, si es el caso. Sus alumnos esperan aún más, temiendo que sus títulos se hayan devaluado por el escándalo, piden que sea revocado el del Presidente. Pero esto es México, güey.
En el círculo rojo ya no sorprenden estas prácticas y, hay que decirlo, los periodistas somos expertos plagiadores. Basta ver el portal de noticias más visitado para saber que gran parte de su contenido le pertenece a otros medios, muchos de ellos pequeños proyectos que con menos presupuesto han apostado a la investigación propia que termina en manos de otros que “olvidan” usar las comillas o poner una nota al pie. Condenar al Presidente implicaría una reflexión y una crítica a nuestras propias prácticas y a nuestros medios que han hecho del copy-paste su mejor herramienta de trabajo. Nadie quiere verse en el espejo cuando el reflejo es tan desfavorecedor, y quizá por eso se han empeñado en hacer menos el trabajo de sus colegas.
Pedir una renuncia sobre el escritorio, en México, es pedir imposibles. El tiempo nos ha enseñado que de la clase política poco puede esperarse. Lo que debemos pedir a nuestros intelectuales y periodistas es congruencia. Minimizar esta investigación porque “tiene más de 20 años que pasó”, porque “olvidar las comillas no es un delito”, o porque “todos copiamos en un examen”, es asumir como propia la trágica frase de #LordAudi (quien por cierto también es egresado de la Universidad Panamericana), es normalizar la deshonestidad y perpetuar otro aforismo que cargamos como loza: aquí el que no tranza no avanza.
@unadiana
Ilustración: @danielcubierto
El texto original fue publicado el 25 de agosto de 2016 en Animal Político
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